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sábado, mayo 06, 2006

Reforma del estatuto de la UBA

LOS QUE MÁS SABEN

Por Pablo Moreno
moreno_pab@yahoo.com.ar


La Universidad de Buenos Aires se presenta – o al menos es lo que dice su estatuto – como una comunidad de profesores, alumnos y graduados. Pero es una comunidad extraña. Su originalidad reside en que es una comunidad cuya organización se basa en el voto ponderado.

El estatuto de la UBA grita a viva voz que “No se admiten discriminaciones de tipo religioso, racial o económico”. Pero sí se admiten discriminaciones de conocimiento. Parece que en esta comunidad, las relaciones no son muy igualitarias.

Los alumnos, sólo unos cientos de miles que constituyen una pata de esta tríada comunitaria tienen una injerencia menor al 25 por ciento en las decisiones de la Asamblea Universitaria. Y ese porcentaje tiene que pasar por instancias (nótese el plural) mediadoras/representativas. Es a través de estas mediaciones que los 300 mil alumnos tienen una participación cuya proporción no parece ser numéricamente adecuada. Claro que hay que recordar que en esta comunidad la mayoría no importa. Deciden los que “más saben”.

La participación docente refleja una asimetría notable entre la realidad y la extraña representación universitaria. 660 de 37 mil docentes votan por el claustro de los profesores. El resto - excluido por múltiples razones - gracias si puede conformarse con votar en el claustro de graduados, cuya participación no tiene tanta importancia como el de docentes, donde deben votar con sectores que ni siquiera participan de la vida académica de la UBA.

¿El resultado? Votan “los que más saben” y los que lograron adquirir poder para mantener el status quo de los sistemas de representaciones. Ojalá que los que defienden este voto ponderado, disfrazado de proporcional, no logren imponer su hegemonía puertas afuera de la universidad, porque sólo podrían elegir representantes unas pocas luminarias.

miércoles, mayo 03, 2006

El conflicto de la carne

DEL XIX AL XXI

Por Pablo Moreno
moreno_pab@yahoo.com.ar


Ya desde “El Matadero” de Echeverría se observa cómo se mezcla la carne con la cultura y la política de estas tierras. A partir del siglo XIX el problema es el mismo: los intereses de un grupo minoritario se imponen sobre el resto de los más, es decir, sobre los que tienen menos. Desde las facciones de la nefasta generación del 80 (la del 1800) se perjudica al país y sus habitantes para conseguir contratos económicos ventajosos. Así es como llegamos al siglo XXI con una batalla mediática en la que el Gobierno pareciera pelear por orgullo y el sector ganadero utiliza sus nobles armas en la lucha: desabastecimiento y empleados con vacaciones forzadas.

El conflicto tiene como base que se exportó carne por 1300 millones de dólares durante 2005, cifra récord en 36 años. “¿Pero cuál es el problema de vender más, acaso eso no es bueno?”, podría preguntarse alguien. El problema es que en un marco internacional determinado que favorece la venta de carne argentina y en el contexto inflacionario en el que se haya inmerso el país, este auge en las ventas se traduce en suba de precios internos. Se vende más y por mayor precio afuera, que dentro del país. El Gobierno por su parte tomó medidas como el aumento de las retenciones y la eliminación de los reintegros a las exportaciones, que lograron contener el alza de las carnes momentáneamente. El sector cárnico, no daba el brazo a torcer, y obviamente eligió el camino de seguir aumentando sus ganancias. El Gobierno creó entonces una especie de registro que actuó finalmente como traba para las exportaciones. Entre estos debates se encontraban estos sectores en pugna cuando un brote aislado de aftosa en Corrientes torció la balanza a favor del presidente Kirchner a principios de febrero. Pero siempre que llovió paró, y la tormenta de la aftosa pasó casi sin consecuencias. Borrón y cuenta nueva: se exportó casi un 500 por ciento más que en febrero de 2005. Ante las amenazas de sumar impedimentos a las exportaciones, los grandes frigoríficos gritaron a viva voz que se “auto-limitarían” bajando sus ventas al exterior en un 20 por ciento, disparate que nunca ocurrió.

La temperatura de la discusión seguía en aumento, y la ministra de Economía, Felisa Miceli estableció la suspensión de las exportaciones de carne por 180 días, para aumentar la oferta del producto en el mercado local y así bajar los precios. Una semana después, el mismísimo presidente pedía a los consumidores que no compren carne, en guerra abierta con los productores. Pero nada parecía ser suficiente.

Finalmente, se sancionaron precios de referencia para 12 cortes de varias categorías de hacienda, como así también valores de referencia para la hacienda en pie que arribara al Mercado de Liniers. Estas medidas, sumado a más de una veintena de inspectores ubicados en lugares estratégicos, han logrado que a finales de este mes de abril, el precio de la carne empezara a bajar en los denominados “cortes populares”. Queda por resolver qué sucederá con las exportaciones, los rumores son que se permitirán exportaciones controladas de los cortes más caros, pero por ahora, la veda está vigente.

Así quedan delineadas las diferencias sociales en el más simbólico de los alimentos argentinos. La brecha se acentúa aún más, pocos arriba y muchos abajo. Juan Sasturain describe en su “The carne blues” tremenda distancia: “Parado solo en la loma / lomo asoma / solo de soledad dorsal / tierno caro / desde arriba / mira cómo / carne abajo / se desloma / trozado corte vulgar / cabo a rabo”.